El tiempo de la espera

El tiempo de la espera es el más largo. Luego las cosas llegan, pasan y se olvidan con la fugacidad propia de la vida. Pero el tiempo de la espera no se olvida.

Allí se había instalado Julia indefinidamente, con su abrigo bien doblado bajo el brazo en aquella mañana de invierno que bien habría podido hacerse pasar por primavera. Quitaba distraídamente las pelusas de las mangas como si aún fuera capaz de verlas sin sus gafas de cerca, sentada de lado en el banco que tiempo después habría de llevar su nombre. El banco de Julia.

- Mamá, ¿qué haces aquí?
- Esperando a tu padre, hija. ¿Qué voy a hacer?

Esperaba como cada mañana. Luego al mediodía Marta lograría arrastrarla a regañadientes hasta casa con la promesa de un café caliente y unos churros.

Marta había dejado hacía tiempo de corregirla, de puntuar sus desvaríos: ¡Que ese cabrón no va a venir, madre!

Hubo un tiempo en el que se revolvía contra la historia teñida por la vejez absurda de su madre: ¡Que está entre rejas, madre! ¿O ya no te acuerdas de cuando te tiró escaleras abajo?

- No digas sandeces, Marta, que yo me caí sola. Tu padre es incapaz de empujarme. Que tiene mal carácter, sí, pero es que yo siempre he sido muy pesada. Bastante aguante me ha tenido el hombre. Enseguida viene, ya verás...

Mas la rabia que le producía el indulto con el que la anciana había agasajado a su padre sin éste siquiera pedirlo, acabó doblegándose con las esperas vanas y tornándose en compasión por la escena patética del pasado reinventado.

Marta acompañaba a su madre en aquel banco. Sólo faltó dos mañanas. La primera por llevar al niño al oculista que se quejaba de no ver la pizarra de lejos, y el chiquillo no aceptó después ir a desayunar con la abuela que lo repite todo.

La segunda necesitaba Marta un día libre del drama sinsentido.

Poco vaticinaba ella que aquel día su madre habría de recordar por un instante el miedo que había sumido su memoria años atrás en aquel mutismo infantil de recuerdos.

La lucidez le sobrevendría a Julia ya tarde, justo antes de morir a manos del mismo al que nostálgica esperaba.

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